Se puede definir como el estado mental en el que logramos permanecer en el momento presente, aceptando la experiencia sin juzgarla. Es conseguir un estado de atención concentrada sobre un pensamiento, objeto o la percepción de la respiración.Cuando soy consciente lo siento todo plenamente, soy más feliz y estoy más conectado con los demás.
Practicarlo en familia puede tener un gran impacto en la casa, mejorando las relaciones entre padres y hermanos, ya que las personas que practican estas técnicas son capaces de modificar su comportamiento y aprender a no reaccionar de manera inmediata y explosiva ante una situación. Es decir, ayuda a mejorar la capacidad de comunicación, a manejar de manera más saludable los conflictos y las situaciones de estrés.
El objetivo de la enseñanza de mindfulness a los hijos es darles habilidades para desarrollar conciencia de sus experiencias internas y externas, para reconocer sus pensamientos y para entender cómo las emociones se manifiestan en sus cuerpos, además de proporcionar herramientas para el control de los impulsos.
Concentrarse en un sonido: Podemos hacer sonar una campana o un cuenco tibetano y pedir al niño que sienta el sonido, se concentre en él hasta que lo pueda sentir.
Práctica de la respiración: Es quizás un paso más sencillo porque es una función interna de las personas. Este paso pretende que el niño sea capaz de prestar atención a cómo respira (algo que pasa desapercibido la mayor parte del tiempo).
Escuchar el ambiente: Cerrar los ojos y prestar atención a aquello que pasa desapercibido la mayor parte del tiempo, como olores o sonidos.
Fomentar una rutina de gratitud: Hacer conscientes a los niños de todo lo bueno que han tenido durante el día o en su vida, haciéndoles hincapié en lo no material.
Reconocer sentimientos...
Describirlos y reconocer cómo se manifiestan en su cuerpo (tensiones, dolores, escalofríos…).
Aumentar la consciencia al comer: Comer un alimento habitual y prestar atención a cada sabor, textura y sensación.